lunes, 9 de junio de 2014

Evocación de recuerdos

¡Han pasado ya unos cuantos años desde esa niñez!, mi niñez, pero a pesar de ello, los recuerdos afloran en mi mente a cada instante.
Recuerdo aquellos días de verano, cuando solo tenía cuatro años, en los que mis abuelos me montaron en su coche y me llevaron, sin yo saber a dónde íbamos, a un pequeño lugar perdido en el monte. Al bajarme del vehículo me encontré inmersa en la grandeza de aquel paisaje. Un olor intenso a naturaleza golpeó mi nariz, y cada vez que recuerdo aquel día vuelve a mí como un soplo de libertad. Se veían las ardillas jugueteando por entre las ramas de los altos chopos y de los gruesos robles, mientras una bandada de aves alzaba su vuelo de forma majestuosa. En medio de aquel escenario se hallaban dos grandes casas, que a pesar de su tamaño, se veían pequeñas en mitad de la naturaleza que las rodeaba.
En realidad, a pesar de aquel sitio tan estupendo, lo que está más presente en mi memoria de ese verano es cuando por primera vez, con la ayuda de mi abuelo, me metí en aquella piscina de agua fresca y clara sin nada que me impidiera que me sumergiera si bajaba la guardia. Gracias a las indicaciones y atención de aquel hombre de pelo canoso comencé a coordinar piernas y brazos y poco después ya podía valerme por mi misma. Un aire de grandeza y valentía vino a mí, me sentía libre y me sentía bien conmigo misma por lo que había logrado.
Recuerdo que no tenía miedo, quizás porque a esa edad no se conoce el riesgo que puede tener, pero lo más certero es que no sintiera pavor ante esa situación porque tenía plena confianza en aquel viejo gruñón.

Dori Romero Bazán 1º BACH A 

miércoles, 4 de junio de 2014

Perdida entre extraños

Recuerdo un viaje, tan sólo tenía tres años pero ese recuerdo aún permanece en mi memoria. Era invierno, las nubes crubrían el cielo como si de algodón se tratara. Se aproximaba la navidad y fui con mis padres y mis tíos a hacer las últimas compras para dicha celebración. Al llegar al centro comercial, miles de colores y luces alumbraban el lugar. El centro comercial estaba repleto de gente, parecía que todos estábamos ultimando preparativos. Nos dirigimos a la zona donde estaban los juguetes, me quedé un instante absorbida mirando una estantería con muñecas y cuando me giré únicamente vi desconocidos. Me sentí perdida y no sabía qué hacer. Caminé entre la multitud hecha un mar de lágrimas hasta que una señora me detuvo y me preguntó qué me ocurría. Entre lágrimas le dije que me había perdido y esta me acompañó hasta un mostador para así poder localizar a mis padres. Una vez allí una chica muy simpática me preguntó mi nombre y mediante un micrófono informó que me había extraviado. Mientras esperaba la llegada de mis padres esta chica estuvo conmigo hacíendo que me sintiera mejor  y me dio un cuaderno y colores para que me entretuviese. Un instante después mis padres llegaron aliviados al ver que me habían encontrado y no me había sucedido nada. Estos le dieron las gracias a la señora y me dispuse a irme con ellos muy contenta. Después de lo ocurrido el día transcurrió con normalidad y yo conseguí la muñeca que dio lugar a este recuerdo.

    
        ANA BELÉN TORRES LÓPEZ 1º BACH B

El club de las bicicletas

Todos los niños cuando somos pequeños solemos hacernos amigos de niños que también viven en nuestra calle o en nuestro barrio, y eso es lo que me pasó a mí con Jose Miguel y Eugenio.

A los tres nos encantaban las bicicletas, tanto que hasta hicimos un club donde quedábamos para jugar y hablar de nuestras bicis. También merendábamos y al terminar salíamos a la calle para hacer carreras y así ver quién era el mejor. Yo siempre le ganaba a Eugenio, y Jose Miguel me ganaba a mí, y aunque lo supiéramos, todas las tardes las pasábamos compitiendo por ver quién era el más rápido.

Teníamos mucho tiempo libre, por lo que una tarde en un descampado abandonado decidimos hacer un circuito con obstáculos. Cuando empezamos no imaginábamos que quedaría tan bien. Tenía saltos y hoyos, charcos gigantes de agua y una recta llena de piedras que como no fueras hábil podías caerte. Al poco tiempo nuestro circuito se hizo famoso en todo el barrio y todos los niños empezaron a venir a jugar con nosotros.
  
 Pero un día, cuando íbamos dispuestos a divertirnos nos encontramos a un señor mayor con pinta de borracho, que quería cobrarnos una entrada por correr en nuestro circuito, justificando que ahora era suyo ¡Nada más y nada menos que cinco euros! Pero nosotros nos negamos y entre todos conseguimos atarlo y como castigo lo pusimos en el circuito a modo de obstáculo. Todos lo pasamos por encima durante toda la tarde y cuando quisimos darnos cuenta el viejo había muerto. Todos los que estábamos allí prometimos no decir nada, así que cada uno cogió lo que pudo de su casa y en mitad de nuestro circuito hicimos un gran hoyo y arrojamos al viejo dentro de él.

Eso fue con siete años, y ahora con diecisiete años es inevitable que Eugenio, Jose Miguel y yo nos riamos cuando pasamos por enfrente de ese descampado y recordar  todo lo que pasó en él.



 Francisco Soriano Díaz  (1º Bachiller B)